martes, 10 de abril de 2012

LA TIERRA DE LAS CUEVAS PINTADAS

LA ÉPOCA PREHISTÓRICA

                                                   

Ayla, la protagonista de  LA TIERRA DE LAS CUEVAS PINTADAS, es una niña cromañón criada por un grupo de neandertales llamados el Clan del Oso Cavernario. Los cromañón  se estaban extendiendo en Europa y Asia provenientes de África. Tenían características físicas y de inteligencia diferentes a los neandertal, pero supieron adaptarse perfectamente al clima y encontraron muchas posibilidades de caza, lo que aseguró su supervivencia. Al tiempo que los cromañón se hacían más numerosos, los neandertal fueron extinguiéndose hasta desaparecer hace 30.000 años.

Inquieta y ávida de conocimiento, Ayla se encuentra en su camino con Jondalar, un chico de la tribu de los zelandonii, que está al borde de la muerte. La joven lo lleva a su cueva y le cura las heridas, y así dejará de estar sola.

La historia de Ayla se desarrolla hace miles de años, en la Edad de Hielo. Los refugios naturales como las cuevas eran vitales para la supervivencia no solo de los seres humanos sino también de muchas especies animales. Los neandertales, como los miembros del Clan del Oso Cavernario, eran una especie adaptada para este clima, con unas condiciones físicas que los hacían especialmente aptos para resistir en este mundo.

 Os dejo este  fragmento donde se narra como cazaban en grupo en esta época de la historia.  También  un enlace donde podéis conocer las principales cuevas de Andaucía con arte rupestre 
             

                                                  
                                                                                           

FRAGMENTO DE “LA TIERRA DE LAS CUEVAS PINTADAS” DE JEAN M. AUEL
 Y eso era todo: doce hombres y mujeres dispuestos a dar caza
a un número semejante de leones, animales más rápidos, fuertes
y feroces, que vivían de cazar a presas más débiles. Ciertas dudas
empezaron a asaltar a Ayla, y un escalofrío de temor recorrió su
cuerpo. Se frotó los brazos y sintió el vello erizado. ¿Cómo podía
siquiera ocurrírseles a doce frágiles humanos atacar a una manada
de leones? Miró al otro carnívoro, el que ya conocía, y le indicó
 que permaneciera con ella, pensando: «Doce personas… y
Lobo».
–Bien, vamos allá –dijo Joharran–, pero todos juntos.
Los doce cazadores de la Tercera y la Novena Caverna de los zelandonii
se encaminaron, todos a una, hacia la manada de felinos
descomunales. Iban armados con lanzas provistas de afiladas puntas
de sílex, hueso o marfil lijado hasta dejar bien aguzado el extremo.
Algunos llevaban lanzavenablos capaces de arrojar una
lanza a una distancia mucho mayor y con más fuerza y velocidad
que arrojándola a mano, pero ya antes habían matado leones simplemente
con lanzas. Acaso esa fuese una prueba para el arma de
Jondalar, pero sería una prueba aún mayor para el valor de quienes
cazaban.
–¡Fuera! –vociferó Ayla cuando se pusieron en marcha–. ¡No os
queremos aquí!
Otros imitaron la cantinela, o variaciones de la misma, profiriendo
exclamaciones y gritos en dirección a los animales conforme
se aproximaban, ordenándoles que se marcharan.
En un primermomento, los felinos, jóvenes y viejos, se limitaron
a observarlos. De pronto, algunos comenzaron a moverse: se adentraban
en la hierba que tan bien los ocultaba y volvían a salir, como
si no supieran qué hacer. Los que se retiraron con sus crías volvieron
después sin ellas.
–Parece que no saben qué pensar –comentó Thefona desde el
centro de la partida de caza, sintiéndose un poco más segura que al
principio, pero cuando de repente el enorme macho les gruñó, todos
se sobresaltaron y pararon en seco.
–No es momento para detenerse –exhortó Joharran, siguiendo
adelante.
Reanudaron la marcha, al principio en una formación un poco
más vacilante, pero volvieron a estrechar filas conforme avanzaban.
Los leones se movieron, algunos volviéndoles la espalda y desapareciendo
entre la hierba alta, pero el macho gruñó de nuevo y se
mantuvo firme en su sitio, empezando a resonar dentro de él el inicio
de un rugido. Otros varios grandes felinos se situaron detrás de
él. Ayla percibía el olor delmiedo entre los cazadores humanos, y tenía
la certeza de que los leones también lo olfateaban. Ella misma
sentíamiedo, pero el temor era algo que las personas podían vencer.
–Creo que esmejor que nos preparemos –dijo Jondalar–. Esemacho
no parece muy contento y tiene refuerzos.
–¿Puedes alcanzarle desde aquí? –preguntó Ayla. Oyó la sucesión
de sonidos que solían preceder el rugido de un león.
–Posiblemente –respondió Jondalar–, pero preferiría estar más
cerca más para no errar el tiro.
–Y yo no sé si acertaré a esta distancia. Tenemos que acercarnos
–instó Joharran, y continuó su avance.
Los demás se apiñaron y lo siguieron, sin dejar de gritar; aun así,
Ayla pensó que sus voces sonaban más vacilantes a medida que se
aproximaban. Los leones cavernarios quedaron inmóviles y parecieron
tensarse mientras observaban a esa extraña manada que no
se comportaba como los animales de presa.
De pronto todo se aceleró.
El gran león macho rugió, un sonido ensordecedor y pasmoso,
sobre todo desde tan cerca. Se echó a correr hacia ellos, y cuando se
disponía a saltar, Jondalar arrojó su lanza.
Ayla había permanecido atenta a la hembra situada a la derecha
de Jondalar. Poco más o menos en el momento en que él hacía su
lanzamiento, la leona emprendió la carrera, dispuesta a atacar.
Ayla dio un paso atrás y apuntó. Casi sin darse cuenta, levantó
el lanzavenablos ya armado y arrojó la lanza. Para ella era un acto tan
natural que ni siquiera parecía un movimiento intencionado. Jondalar
y ella habían utilizado el arma durante todo un año, en el viaje
de vuelta a la caverna de los zelandonii, y ella poseía tal destreza
que usarla era casi una acción espontánea.
La leona saltó, pero la lanza de Ayla la alcanzó en pleno vuelo
desde abajo, alojándose con firmeza en su garganta y causándole
una herida mortal. La sangre manó a borbotones de la leona desplomada
en tierra.
Ayla se apresuró a sacar otra lanza del carcaj y la colocó de inmediato
en el lanzavenablos, mirando alrededor para ver qué más
ocurría. Vio volar la lanza de Joharran, y al cabo de un instante siguió
otra. Advirtió que Rushemar, por su postura, acababa de tirar.
Vio caer a otra leona enorme. Una segunda lanza hirió a la bestia
antes de tocar el suelo. Otra hembra se acercaba. Ayla disparó, y vio
que alguien más había lanzado poco antes que ella.
Sacó otra lanza y la colocó, asegurándose que la encajaba bien:
la punta, que iba acoplada a un trozo de asta ahusado cuya función
era desprenderse del asta principal de la lanza, quedó afianzada,
y el orificio del extremo opuesto del asta estaba bien ajustado al
gancho en la base del lanzavenablos. Volvió a mirar alrededor. El
enorme macho había caído, pero aún se movía; sangraba pero no
había muerto. Su hembra sangraba también, pero permanecía inmóvil.
Los leones desaparecían entre la hierba tan deprisa como podían,
y al menos uno de ellos dejó un rastro de sangre. Los cazadores
humanos, reagrupándose, echaron una ojeada en torno y empezaron
a sonreírse.
–Creo que lo hemos conseguido –dijo Palidar, y en su cara comenzó
a dibujarse una amplia sonrisa.
Nada más pronunciar estas palabras, un amenazador gruñido
de Lobo captó la atención de Ayla. El lobo se apartó rápidamente de
los cazadores humanos, seguido de cerca por Ayla. El macho, sangrando
profusamente, se había levantado y avanzaba otra vez hacia
ellos. Con un rugido, saltó hacia el grupo. Ayla casi palpó su
cólera, y no podía reprochársela.
Justo cuando Lobo llegó ante el león y se dispuso a atacar, manteniéndose
entre Ayla y el gran felino, ella arrojó la lanza con todas
sus fuerzas. Vio otra disparada al mismo tiempo. Las dos dieron en
el blanco casi simultáneamente con un ruido sordo. Tanto el león
como el lobo se desplomaron. Ayla ahogó una exclamación al verlos
caer bañados en sangre, temiendo que Lobo estuviese herido.


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