lunes, 14 de noviembre de 2011

EL FARO DEL FIN DEL MUNDO

Este libro de Julio Verner nos narra las aventuras que viven los tres torreros que cuidan el faro que construyó el gobierno de Argentina en La Isla de los Estados situada en el estremo sur de América. El Faro del fin del Mundo será la lectura que nos acompañará a lo largo del curso. Os adelanto este fragmento donde Julio Verne describe el lugar donde está construido el faro y las características del mismo. Aquí encontrarás el libro completo.
Aquí puedes descargar el libro.





LA ISLA DE LOS ESTADOS
La Isla de los Estados —llamada también Tierra de los Estados— está situada en el extremo sudoeste del nuevo continente. Es el último y el más oriental fragmento de este archipiélago magallánico, que las convulsiones de la época plutoniana han lanzado sobre los parajes del paralelo 55, a menos de siete grados del círculo polar antártico. Bañada por las aguas de los dos océanos, es buscada por los barcos que pasan de uno a otro, bien procedan del nordeste o del sudoeste, después de haber doblado el cabo de Hornos.
El estrecho de Lemaire, descubierto en el siglo XVII  por el navegante holandés de este nombre, separa la Isla de los Estados de la Tierra del Fuego, distante de 21 a 30 kilómetros. Este estrecho ofrece a los barcos un paso más corto y más fácil, evitándoles las formidables olas que baten el litoral de la Isla de los Estados.
Esta isla mide 39 millas del oeste al este, desde el cabo San Bartolomé hasta el de San Juan, por 11 de anchura, entre los cabos de Colnett y Webster.
El litoral de la Isla de los Estados es recortado en extremo. Constitúyelo una sucesión de golfos, de bahías y de caletas, la entrada de los cuales está a veces obstruida por una cadena de islotes y arrecifes. Su especial estructura hace que menudeen los naufragios en esta costa, erizada de enormes rocas, contra las cuales, aun con tiempo de bonanza, el mar se estrella con incomparable furor.
La isla estaba inhabitada; pero tal vez no hubiera sido inhabitable, al menos durante el verano, es decir, durante los cuatro meses de noviembre, diciembre, enero y febrero, que comprende el estío en esta elevada latitud. Algunos animales que, si pueden subsistir durante el invierno, es porque saben encontrar bajo la nieve las raíces suficientes para su alimentación (…)
(...)Hacia el centro de la isla, las llanuras, extensamente desarrolladas, toman apariencia de estepas cuando, durante los ocho meses de invierno, cubre aquella desolada región una uniforme capa de nieve. Luego, a medida que se avanza hacia el oeste, el relieve de la isla se acentúa, las rocas del litoral son más altas y más escarpadas. Allí se alzan enhiestos esos picos colosales, cuya altura alcanza a veces 3.000 pies sobre el nivel del mar. Son los últimos anillos de la prodigiosa cadena andina que, de norte a sur, constituye el gigantesco esqueleto del nuevo continente.
En semejantes condiciones climatológicas, bajo la influencia de los terribles huracanes, la flora de la isla se reduce a raros ejemplares de especies exóticas. Bajo el ramaje de los árboles, entre la hierba de las praderas, algunas pálidas flores muestran sus corolas, tan pronto abiertas como marchitas (.. .)
(...)Si la fauna y la flora están apenas representadas en esta isla, en cambio, el pescado abunda en todo el litoral. Así es que a pesar de los serios peligros que corren las embarcaciones al atravesar el estrecho de Lemaire, acuden alguna vez a hacer fructuosas pescas.
Conviene hacer notar que la República Argentina había mostrado una feliz iniciativa construyendo el faro del Fin del Mundo, y las naciones podían estarle agradecidas. Hasta entonces ninguna luz alumbraba aquellos parajes a la entrada del estrecho de Magallanes al cabo de las Vírgenes, sobre el Atlántico, hasta su salida al cabo Pilar, sobre el Pacífico. El faro de la Isla de los Estados iba a prestar incontestables servicios a la navegación.
No existía otro alguno en el cabo de Hornos, y el recién inaugurado iba seguramente a evitar no pocas catástrofes, asegurando a los navíos procedentes del Pacífico facilidades para embocar el estrecho de Lemaire.
El gobierno argentino había, pues, decidido la creación del nuevo faro, en el fondo de la bahía de Elgor. Después de un año de trabajos bien dirigidos, la inauguración acababa de efectuarse el 9 de diciembre de 1859.
A 150 metros de la pequeña caleta en que termina la bahía, el suelo presenta una elevación de 400 a 500 metros cuadrados de extensión, y de una altura de 30 a 40 metros, aproximadamente. Un muro de piedra viva contiene este terraplén, esta terraza rocosa que debía servir de base a la torre del faro.
Esta torre se elevaba en el centro, por encima de los anexos, alojamientos y almacenes.
(...)La torre era muy sólida, construida con materiales proporcionados por la Isla de los Estados. Las piedras, de una gran dureza, mantenidas por tirantes de hierro, dispuesto con gran precisión, encajadas unas en otras, formando un muro capaz de resistir a las más violentas tempestades, a los horribles huracanes que tan frecuentemente se desencadenan en aquel lejano límite de los dos mares más vastos del globo (...)
La torre medía 32 metros de altura, e incluyendo la del terraplén, el faro se hallaba a 222 pies sobre el nivel del mar. Se divisaba, por lo tanto, a la distancia dé 15 millas, la mayor que podía franquear el rayo visual en aquella altitud; pero en realidad, su alcance no era más que de 10 millas.
En aquella época no funcionaban todavía los faros con gas hidrógeno, carburo o fluido eléctrico. Además, dadas las difíciles comunicaciones de la isla con los Estados más próximos, imponían el sistema más sencillo y que menos reparaciones exigiese. Habíase, por lo tanto, adoptado el alumbrado por aceite, dotándole de todos los perfeccionamientos que la ciencia y la industria disponían por aquel entonces.
En suma, esta visibilidad de 10 millas resultaba suficiente. Todos los peligros parecían salvados, si los barcos seguían estrictamente las indicaciones publicadas por la autoridad marítima.
(…) Huelga advertir que el faro del Fin del Mundo era de luz fija, y no había temor que el capitán de un barco la pudiese confundir con otra cualquiera, pues no existía otro faro por aquellos parajes(...)       
                                                                               Julio Verne

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